La vida de Enrique Caminos y su poesía fué solo un segmento de recta, algo muy tenue y huidizo que lleva en su misma fragilidad el doloroso despertar de un recio y humilde cantor de cosas nuestras. Su muerte anónima, lo decimos hoy con un nudo en la garganta, conmovió a muy pocos. Una nube de silencio cubre su memoria en momentos de verdadera necesidad espiritual. La ciudad de sus sueños duerme su hora de letargo, ciega a todo lo que sea una manifestación de justicia. Unicamente una gran incompresión pudo motivar esta absurda ignorancia de la obra del poeta.
Más preciso es manifestarlo. Caminos no buscó jamás la dádiva de los oscurantistas, ni quiso pertenecer a círculos intelectuales, de esos de donde los agraciados de los premios a la poesía tal vez su aislamiento. Hijo de la modestia lo condujo a que su nombre se viera relegado sin ocupar el sitio que por sus altos valores merecía.
Fué ante todo un formidable intuitivo, un auténtico autodidacta. Nació con una vocación determinada y murió con ella lejos de la contaminación del ambiente siempre ingrato e inclinado a derribar voluntades y desconocer méritos.
No en vano paseó triunfante su lira templada prematuramente, en certámentes como los de Chascomús en 1920 con su » Canto al Obrero Argentino». En Saladillo en 1921, donde obtuvo el primer premio y medalla de oro por su poema al «Día de la Raza». Ello prueba que era algo más que un lírico de fibra, un tempramento dotado de exquisitas virtudes cuyo paso dejaba un estela de bellezas profundas.
Por ejemplo, «Soneto a Mitre» y las numerosas colaboraciones a «Mundo Argentino», demuestran que Caminos debió haber llegado al nivel que sus composiciones lo requerían. Pero contra estos propósitos conspiraba su natural timidez. Nunca creyó en la excelencia de sus trabajos, y el egoismo de sus conciudadanos. Por eso, salvo el apoyo generoso que el periodismo le brindara, no supo de los halagos de la popularidad.
Las mieles de la gloria terrena no se hicieron para este muchacho soñador que hilvanaba quimeras en un mundo ideal que por cierto no era este.
Su poesía romántica y amatoria muchas veces, impulsada por el recuerdo de la mujer querida, la que amó con ternura metafísica, desgaja su cancionero de flores y amarguras en «Vivir amando», «Sonata de amor».
Caminos se presentó como un luchador de fibra. No escatimó esfuerzos, ya ferroviario, ya tipógrafo, tuvo como galardón su escudo heráldico de obrero infatigable.
Expresó su rebeldía en «Juventud», «Hacia el futuro», «Lírica», versos donde volcó su sed de justicia social.
Este poeta que a los veintiseis años, por un imperativo en un mandato fatal, bajó a la tierra a compartir la perdida soledad de una tumba triste y arrumbada con su madre. Su santa madre por la que derramaba su llanto de piedad y de angustia en las magníficas estrofas de aquel poema que finaliza: «Y tu amor y tu fé en mi noche umbría como una bella calidad persiste»
Un mes cualquiera de 1939 nos cupo el honor de iniciar en 25 de Mayo el movimiento de la resurección intelectual de Enrique Caminos. Lo hicimos confiando en el porvenir, dispuestos a reparar lo que hasta entonces parecía irreparable.
«Anhelos», la bulliciosa revista de los estudiantes. La cual dedicó un número a esclarecer el recuerdo del bardo que nos dejó mucha desazón y no menos dolor. Comprendimos los heraldos de esta nueva cruzada que iba a ser larga y costosa la campaña; no obstante por eso hemos desmayado. La marcha recién está en comienzos, más nos cabe la satisfacción de haber sido los que lanzamos el llamado.
El Comité Cultural – que tanto alardeó en su acción – no cumplió en los lustros transcurridos desde el fallecimiento de Caminos. Por lo tanto, nosotros lo hicimos con menos suficiencia, contribuyendo a una obra de bien que la posteridad reclama.
Una plaza o una calle de 25 de Mayo tienen que entregar al futuro el patrimonio de quien fuera su más, inspirado poeta. Con ello se honraría a un hombre de letras. Dando así, un motivo de reconocimiento por parte de todos los que aprecian de verdad la labor de Enrique Caminos. Como a Luis Negreti en Junín, en esta ciudad tan esquiva y tan hoscosa se ha de elevar el nombre del poeta muerto aunque más no sea con un tardío homenaje de gratitud.
Exactamente el día 8 de noviembre de 2021, se cumpliran 100 años de la desaparición física de Enrique Caminos. Este texto fue publicado por Rául Amaral en la primavera de 1941.